Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios. (Romanos 4:20)
Anhelo que Dios sea glorificado en nuestra búsqueda de santidad y amor; pero Dios no es glorificado a menos que nuestra búsqueda sea enriquecida por la fe en sus promesas.
Y el Dios que se reveló plenamente en Jesucristo, quien fue crucificado por nuestros pecados y resucitado por nuestra justificación (Romanos 4:25), es más glorificado cuando abrazamos sus promesas con firmeza y gozo, porque estas fueron compradas por la sangre de su Hijo.
Dios recibe honra cuando somos humillados por nuestras debilidades y fracasos, y cuando confiamos en que recibiremos de él gracia venidera (Romanos 4:20). Por lo tanto, a no ser que aprendamos a vivir por fe en la gracia para el futuro, los actos religiosos extraordinarios que podamos llevar a cabo no son para la gloria de Dios.
Él recibe la gloria cuando el poder para ser santos proviene de una fe humilde en la gracia venidera.
Martí?n Lutero dijo: «[La fe] honra a aquel en quien confía? con el respeto más grande y reverente, ya que lo considera veraz y confiable». El Dador en quien confiamos recibe la gloria.
Mi gran deseo es que aprendamos a vivir para la honra de Dios; y esto significa vivir por la fe en la gracia venidera, lo cual, a su vez, implica luchar contra la incredulidad cada vez que se revele.